El objetivo de estudiar una carrera formal en una persona razonable y práctica, siempre fue obtener un trabajo (o encarar un negocio) y aumentar la probabilidad de que esté mejor remunerado que si no hubiera estudiado.
Para otros, estudiar es colgar un pedazo de papel en un marco para vanagloriarse de haber alcanzado ese objetivo y ser «intelectualmente superiores» a quienes no tienen un pedazo de papel similar.
Cuantos más pedazos de papel, más «intelectualmente superior».
La influencia familiar sin lugar a dudas, incide en su mayoría negativamente, para la elección de nuestro camino profesional ya que algunos padres depositan en sus hijos la expectativa de que éstos alcancen objetivos que ellos no supieron o no pudieron lograr por diversos motivos.
«Mi hijo el doctor»
El problema con cubrir carencias y expectativas ajenas es que los padres se hacen mayores y nosotros tenemos que cargar a cuestas con las decisiones que tomamos por su influencia.
Cuando ya somos adultos y tomamos una decisión tan trascendental como una profesión, oficio o actividad económica en realidad sólo tenemos que rendirnos cuentas a nosotros mismos.
Y no digo que la recomendación de un adulto no tenga valor, lo que digo es que es, muchas veces, sobrevalorada por cuestiones más emocionales que racionales.
Los adultos que aconsejan a un joven lo hacen desde su propio marco de referencia (lo cual es comprensible) pero el mundo se mueve a una velocidad que los mayores difícilmente comprendan.
Y cuando digo «mayores» no tengo que irme a los 70 años, muchas personas de 40 o 50 años que tienen hijos, ignoran el mundo en el que viven. Su cosmovisión es limitadísima y por lo tanto sus consejos y sus sesgos les impiden dar «buenos consejos».
¿Y quien eres tú entonces para dar consejos?
Una pregunta justa, cabe decir. Si yo tengo 45 años, lo razonable sería que no opine sobre lo que otros supuestamente deberían decidir, así que me voy a limitar no a aconsejar o recomendar, sino a llamar a la reflexión sobre una serie de temas, para que el lector pueda hacerse de su propia visión.
El mercado no paga títulos
El viejo paradigma de que los títulos son el salvoconducto al éxito profesional está totalmente vencido. No funciona más.
Los hechos son caprichosos y el que «gana» es el que atiende mejor las necesidades de sus congéneres con o sin pedazo de papel colgado en la pared.
El «pedazo de papel» era un ticket dorado a un buen ingreso, pero eso dejó de pasar.
El sistema educativo tradicional forma empleados, no emprendedores
El sistema educativo fordiano en el que seguramente te hayas formado o estés aún formándote, tiene por finalidad adoctrinar y crear «ciudadanos respetables», empleados de empresas privadas o funcionarios públicos.
No tiene por objetivo el desarrollo del sentido crítico, de emprendedores, de personas disruptivas e incómodas para el sistema.
Nacer, crecer, estudiar, ser empleado, pagar impuestos e hipoteca, envejecer y morir. ¿Para qué romper un equilibrio que garantiza el bienestar de políticos y burócratas?
De allí deriva que el consejo de «los mayores» no tenga gran valor. «Mejor consíguete un trabajo seguro», «El arte no paga las cuentas», «Sé un ciudadano respetable, ¿cómo vas a estudiar eso?»
La gran mayoría son corderos sumisos que han aceptado las cosas tal cual les fueron ofrecidas. ¡Cuestionarlo es una deshora familiar!
Al volverse algo emocional y de lo que «no se puede hablar», el debate queda censurado y por lo tanto la discusión zanjada. «Estudiarás lo que estudió tu papá pero no llegó a terminar»
Y así es como un «sueño sin futuro» se aborta antes de haber siquiera germinado. Nos vamos apagando sin siquiera haber intentado encendernos en primer lugar.
Son los costos de ser un engranaje más de una factoría educativa que escupe empleados sumisos y pagadores de impuestos que no tienen ninguna manera de eludir el aparato represivo del Estado.
¿Qué pasa con los más inquietos?
Habrá un puñado a los que, hacer lo que se supone que deben hacer, no les parezca una alternativa.
Personas que nacen con «el fuego sagrado» y que necesitan explorar otros caminos, aventurarse en aguas turbulentas, asumir riesgos y aceptar las consecuencias sean cuales fueren.
Ese «fuego sagrado» no es en sí una designación divina, es una incomodidad. No es algo que se pueda desoír demasido tiempo.
Es una sensación de «no encajar en ningún lado» en tener otras necesidades, otras inquietudes.
Muchos se someten al sistema e ignoran este «llamado» por muchos años o toda su vida, sumiéndose en una miseria emocional que no pueden definir. Se sienten tristes, vacíos, infelices, pero no logran conectar causa y efecto; son incapaces de identificar por qué se sienten así.
Pero el objeto de este artículo no es abordar este tema, sino ir a ideas prácticas que cada uno pueda aplicar para tomar una decisión más razonada sobre qué profesión, carrera o actividad económica elegir, basándose en una armonización entre sus gustos, intereses y aquello que paga las cuentas.
Elegir habilidades todo terreno, no carreras
Una vez abandonada la necesidad emocional de colgar un pedazo de papel en la pared, a sabiendas de que no garantiza éxito profesional ni buenos ingresos, lo razonable (y está claro que no todo el mundo es razonable, pero sí emocional) sería buscar una formación (en el sentido más amplio ya sea universitaria, terciaria, curso o de otra índole) que te permita desarrollar habilidades concretas y atemporales que te sean útiles cualquiera sea la profesión u oficio que desempeñes.
Esto implica:
- Analizar la demanda del mercado: Aprende qué habilidades son valoradas hoy y cuáles podrían serlo mañana.
- Invertir tiempo, energía y dinero en aprender en habilidades versátiles:
- Desarrollo intensivo del pensamiento abstracto: A través del estudio de matemáticas, lógica, probabilidad y estadística.
- Desarrollo de habilidades sociales, de comunicación y persuasión: Liderazgo, psicología conductual y resolución de problemas.
- Desarrollo de habilidades comerciales: Diseño, marketing, ventas
- Desarrollo de habilidades financieras: Comprender el buen uso del dinero como un factor productivo para adquirir hábitos, valores y acciones que permitan tomar buenas decisiones sobre ahorro, inversión y endeudamiento.
- Adaptarte y reinventarte: Estudia, sí, pero también prepárate para cambiar de rumbo si es necesario. El mundo no es estático, y tú tampoco deberías serlo.
Con estas herramientas puedes bien emplearte para terceros o emprender y autoemplearte. Sobre esa base, trabajar en la autoeducación perpetua y el networking.
Estudiar algo que te lleve rápidamente al ámbito laboral y empírico desde los primeros meses de la carrera, que te permita ensuciarte las manos pronto, probar, fallar, que toda tu carrera esté diseñada bajo la visión de un Producto Mínimo Viable (MVP).
Cualquier otro plan se queda obsoleto antes de finalizar. La velocidad actual impide que salgas de la universidad sabiendo todo lo que está pasando en el mundo.
Todo lo anterior no impide que hagas una carrera universitaria si es tu deseo, sólo que no deberías estudiar sólo la carrera universitaria sino complementarla con todas esas otras habilidades que te den herramientas para emprender y no tener como única opción, trabajar para cumplir el sueño de alguien más.
Un enfoque práctico para una realidad cambiante
Estudiar sigue siendo una gran herramienta, pero no es el destino final ni la única ruta al éxito. Se trata de cómo combinas tus conocimientos, habilidades y actitud para crear valor en un entorno en constante evolución.
Así que, antes de embarcarte en una carrera solo porque suena bien o porque «hay que hacerlo», pregúntate:
¿Está esto alineado con mis objetivos y con lo que realmente busca el mundo?
Si la respuesta es sí, adelante. Y si no, ajusta el rumbo. Porque, al final del día, lo que cuenta no es cuántos pedazos de papel tienes colgados en la pared, sino qué haces con ellos para construir una vida significativa.